lunes, 21 de octubre de 2013

La fiesta de la hormona

Mi segunda entrada se la quiero dedicar a esas pequeñas perras que últimamente están tan presentes en mí día a día: las hormonas.
Esas que hacen que en menos de un minuto pueda pasar de reír a llorar se merecen una entrada, aunque sólo sea por lo putas que son.
Y es que en mí semana 27 de embarazo, parece ser que mi día a día se ha convertido en una montaña rusa, pero de esas que tiene picos como los de Europa.

Una persona normal suele tener días buenos y días malos, pues esto no, no funciona así, aquí en un día puedes pasar por un día bueno, malo y regular a la vez, vamos, un pisto.

Te ven llorando a lágrima viva y como es lógico te preguntan: ¿qué te pasa? a lo que no sabes que contestar, porque a ver como le dices: “no tengo ni puta idea, la verdad, creo que estoy loca y no lloro por nada”

O cuando necesitas abrazos, cariños y mimos de quien sea, da igual, el caso es que quieres que te quieran a toda costa.  Y es tal la necesidad, que si algún día me pasa mientras voy por la calle y me cruzo con una rata (por poner un ejemplo) se que no dudaré en preguntarle educadamente que si puede darme una abrazo, aunque eso me cueste el contagio de la rabia.

Y la peor de todas, aunque es la que menos casos se da (menos mal) es cuando odias al mundo, a la gente que te rodea, no quieres hablar ni ver a nadie porque te caen mal todos, así, de repente y ya está, no hay más.
Tu perra te mira con ojos lastimosos porque percibe todo ese odio que llevas dentro, a lo que tu lanzas una mirada fulminante que le indica claramente: si te acercas te escupo.
Y lo peor es cuando se unen dos miradas a la vez, la de tu perra y la de tu marido, a lo que es difícil determinar con exactitud cuál de los dos teme más por su vida.



El caso es que esas pequeñas bitches tenían una fiesta montada en mi organismo, y digo tenían, porque con los días que llevan esto ya ha pasado a ser una rave.

Llorar, reir, querer, odiar y un sinfín de sentimientos en menos de lo que canta un gallo y así todo el día.
Así pasa, que llega la noche con sus estrellas  y su luna y duermo como una osa, acabo reventada.

Y es que hay que mirar el lado bueno de las cosas, me pasa de todo, si, pero insomnio no tengo.